La Universidad en el Perú ha sido y seguirá siendo por siempre, motivo de permanente reflexión. Reflexión que se genera en una suerte de sostenida e incurable situación de crisis, abandono, indiferencia, aislamiento, en que la han sumido las erradas políticas de los sucesivos gobiernos, sin excepción, y la ignorancia de una parte de la sociedad que aparenta desconocer su existencia y su misión.
Últimamente, el tema del nuevo rol del Estado y la modernización democrática se ha convertido en un estribillo de políticos, autoridades, funcionarios públicos, aspirantes al Parlamento, etc. Pero en este intercambio de propuestas, a cual más reformista, de proyectos iluminados, de programas destinados al “nuevo Perú que se avecina”, llama la atención, aunque dicen que siempre ha sido así, la absoluta falta de análisis del papel del Estado y de la Sociedad en la creación, difusión y desarrollo de la cultura.
1.1La universidad contemporánea debe reconocer y actuar en consecuencia
Dicho de otro modo: no se encuentran propuestas sobre de qué manera, con qué mecanismos, bajo la dirección de quién se va a mejorar la Educación Superior, cómo se va a estimular la capacitación científica y tecnológica; en suma, Cómo se va a apoyar el desarrollo cultural de la población. Podríamos decir que las interrogantes sobre qué piensa hacer el Estado con la Educación Superior, la ciencia, la investigación y las Universidades, permanecen desde hace mucho tiempo, y no sabemos por cuánto más, sin recibir respuestas.
Porque no cabe duda que la función que la Universidad debe cumplir al interior del tejido social, económico y político del país, ha sido abandonada desde hace mucho tiempo. Pareciera también, el reconocimiento de derrota de parte de la Universidad Peruana frente a la incalificable indiferencia del Estado y de la Sociedad. Indiferencia que lleva a no pensar, por ejemplo, dónde se va a formar ese personal de alto nivel técnico indispensable para que un país pretenda modernizarse.
Tenemos la impresión de que en el Perú necesitamos volver a plantearnos el concepto de Universidad. Los cambios sociales y políticos operados en nuestro país así lo exigen.
La propia evolución de las instituciones, relacionadas al menester académico en la formación de los profesionales en nuestro País ha propiciado la aparición de tipos y categorías de entidades que cumplen funciones que han sido tradicionalmente atribuibles a las universidades. En el Perú, tenemos abundancia de Institutos Superiores, Escuelas Técnicas, incluso al interior de las FF.AA. Centros de Investigación de Empresas y Corporaciones, etc., etc. Y en este replanteamiento sobre el nuevo rol que debe desempeñar la Universidad, habría necesariamente que definir las responsabilidades de la Universidad estatal, al servicio de la Nación, y la de la Universidad privada casi siempre consecuente con los intereses de sus promotores. Y en esta aparente paradoja de objetivos, en la que la Universidad Nacional se yergue orgullosa por servir al conjunto del país, el avance de la Universidad estatal se ve frenado por una situación de crisis cada vez más profunda y más injusta. Por limitaciones académicas, económicas, administrativas, que le colocan una camisa de fuerza en un mercado de competencia donde la proliferación institucional ha echado por tierra la calidad del producto, y donde la recuperación moral y democrática de la Universidad Nacional se estrella contra las dificultades endémicas nacidas de una política de Estado que no se define, de una Universidad que no logra replantearse sus actuales propósitos y metas, y que cada día se hace más evidente que su vida.
Transcurre en una permanente lucha por sobrevivir económicamente, mientras muchas de ellas asisten a su agonía académica al parecer sin solución cercana.
El asedio económico por el que ha pasado y pasa la Universidad Estatal, desde hace apreciable tiempo, no solamente estimuló el éxodo inevitable de sus mejores cuadros, que se trasladaron en importante contingente al sector privado, de donde resulta que el Estado termina subsidiando a la Universidad Privada, sino que ha llevado a devaluar la calidad de la enseñanza, a mostrar a sus egresados como procedentes de una Universidad donde se recibe dudosa formación académica y, en consecuencia, inhabilitados para cargos de responsabilidad; a una segmentación socio económica que atenta contra la igualdad de oportunidades y que genera profundas diferencias sociales de parte de quien está precisamente obligado a superarlas.
Existe masificación en la enseñanza, existe ausencia de investigación, existen bibliotecas obsoletas y depredadas, niveles académicos mediocres, todo ello en las universidades donde acuden jóvenes procedentes de sectores, mayoritariamente de bajos ingresos, abandonados a su suerte en un mercado de trabajo perverso y aprovechador que va a pagarles según la Universidad de donde proceden.
Creemos que esta situación aún puede revertirse. Necesitamos terminar con la Universidad tradicional, modelo empírico ya superado, y plantearnos el nuevo desafío de una Universidad que contribuya al nuevo destino del país, a nuestra integración nacional y, sobre todo, a la estabilidad social y política a la que todos aspiramos, ojalá sin excepciones.
Este desafío, por este nuevo modelo Universitario constituye el enfoque del Rol que se pretende propiciar y fomentar en la Universidad Nacional de Ingeniería, este planteamiento involucra necesariamente tres aspectos de cambio que son el marco en el cual debemos propiciar los nuevos lineamientos de la Universidad del Siglo XXI.
Mientras buscamos nuevas funciones para la educación superior en medio de los cambios sociales, económicos y políticos que conlleva la globalización, resulta útil reflexionar sobre las funciones que histórica- mente han desempeñado las universidades. Éstas han sido principalmente la creación, transmisión y conservación del conocimiento. Con el paso del tiempo, las funciones que llevaban a cabo las universidades se han visto complementadas con otras importantes actividades sociales, en diferentes sociedades y culturas y en diferentes momentos. Entre ellas se encuentran la producción y reproducción de élites y clases profesionales; la extensión de la educación superior a otros estratos sociales mediante su democratización y masificación; la creación, destilación y difusión del conocimiento científico, y la codificación y conservación de prácticas lingüísticas y culturales. A lo largo
de la historia se ha visto que las instituciones de educación superior poseen capacidad de adaptación, aunque de forma lenta y conservadora, a cambios sociales de gran alcance. Se han creado oportunidades para nuevas clases de investigación, las disciplinas han sido reorganizadas para promocionar su estudio detallado y su transmisión, y se ha abogado por los valores sociales de la investigación y las oportunidades abiertas, si bien de forma desigual.
La rápida globalización plantea a las universidades el desafío de si serán capaces de adaptarse, ya no de forma lenta u orgánica, sino dando los grandes pasos que exigen las nuevas realidades. El conocimiento ya no es lo que era. O, más exactamente, el conocimiento ahora se crea, transmite y conserva mediante modalidades, instituciones y configuraciones que anteriormente eran desconocidas, y a velocidades entonces inimaginables. Las universidades ya no juegan un papel exclusivo, ni siquiera prioritario, en el nuevo entorno del acceso a Internet, la sobrecarga de medios y los pro- ductos personalizados para la empresa y el estilo de vida. Continúan siendo esenciales, pero deben aceptar que es preciso cambiar. En un contexto en el que existen proveedores de conocimiento alternativos, las universidades deben reconocer esta competencia y crear redes y asociaciones con aquéllos de modo que ambas partes se vean reforzadas. Siempre han existido conexiones entre
las universidades y los sectores de la sociedad a los que sirven y a los que proporcionan la base de recursos humanos. Pero con las presiones que conllevan la globalización y el ritmo de desarrollo acelerado, estas conexiones asumen una nueva urgencia y primacía. El ámbito de trabajo ha cambiado en todo el planeta, y las universidades deben
LA EDUCACIÓN SUPERIOR EN EL MUNDO
Pecto a lo que se ve desplazado por estos cambios. Los nuevos programas de investigación y docencia tienen la acuciante responsabilidad de describir y analizar este mundo emergente. Es decir, el mundo que ha creado la globalización provoca consecuencias —problemas y dilemas— que no se adecuan satisfactoriamente a las delimitaciones disciplinarias existentes. Son necesarios, y de hecho, están empezando a tomar forma, nuevas organizaciones del conocimiento y modelos de investigación.
Cabe esperar que algunas de estas nuevas disciplinas estén relacionadas con las políticas públicas y sus numerosas controversias. Ejemplo de ello son el calentamiento global y el cambio climático, problemas que van mucho más allá de las disciplinas convencionales y de las limitaciones en cuanto a especialización. Otro ejemplo, relacionado con el anterior pero con consecuencias significativamente distintas, es la sostenibilidad, con sus subcampos potenciales de sostenibilidad social y cultural y de sostenibilidad agrícola y rural (en un mundo que, desde el año 2000, ha pasado a ser urbanizado). La propia explosión del conocimiento puede producir nuevas disciplinas híbridas, al igual que ha ocurrido en los últimos sesenta años con la aparición de las telecomunicaciones, las ciencias de la in- formación, la informática y el marketing. Cabría esperar que los drásticos cambios de las tecnologías digitales y la casi total eliminación de los costes prácticos del almacena- miento de información digital generen nuevas formas de estudiar el cambio cultural, el consumo y el estilo de la cultura en relación con la comunicación. De igual modo que la sociedad se ve afectada por el ritmo más acelerado del cambio social causado por la rápida introducción de la innovación digital, la educación superior se verá obligada a estudiar estos fenómenos con rigor y a crear estructuras de conocimiento que permitan a la sociedad comprenderlos al tiempo que ayuden a darles respuesta a través de políticas específicas. Las guerras culturales que en parte ha producido y en parte ha agitado la globalización sugieren la posibilidad de una plataforma completamente nueva en la que proponer estudios sobre la paz y una seria búsqueda de nueva información sobre la naturaleza y resolución de los conflictos humanos.
El desarrollo de estos nuevos focos de investigación y estas disciplinas emergentes ha llevado, a su vez, a la evolución de nuevas formas de tratarlos. En una sociedad cada vez más compleja e interconectada, las universidades funcionan ahora de forma diferente y nueva, dada la cooperación cada vez más estrecha con otros sectores de la sociedad y con socios regionales e inter- nacionales. La facilidad y velocidad con que se comparte y transmite la información ha permitido redefinir las comunidades de investigación y consulta. Aunque el eje principal sigan siendo las instituciones de educación superior, ahora incluyen habitualmente el sector empresarial, las agencias gubernamentales o las entidades patrocinadoras, las asociaciones académicas internacionales y la sociedad civil. Quizá la expansión del sector de la educación superior global resida en la intersección entre la educación transfronteriza convencional que representa el intercambio de estudiantes y personal docente, y las nuevas redes, asociaciones, consorcios y formas de asociación que se están inventando y definiendo actualmente. El resultado es una comunidad educativa global que apenas está empezando a tomar forma y a evaluar sus virtudes y posibilidades. Igual que muchos otros fenómenos de la globalización, estos procesos combinan los marcos de referencia tradicionales de forma radical, promoviendo simultáneamente la homogeneización y la diferencia pues se encaminan a lo global y, al mismo tiempo, intensifican lo local.
Fundamentalmente, el mercado académico ya no está confinado al contexto nacional. El conocimiento se está volviendo más universal que nunca y está cruzando fronteras de todo tipo con consecuencias impredecibles. Su interés y su avance se basan en el libre intercambio y la circulación de ideas a través de ámbitos científicos, fronteras geográficas, sistemas políticos y disciplinas académicas. Las predicciones que sostienen que el número de estudiantes que viaja al extranjero se doblará en los próximos cinco años también señalan el crecimiento sin precedentes de la educación transfronteriza. En este nuevo mercado global abundan las importaciones y las exportaciones. Mientras las sociedades se enfrentan a este salto espectacular en la demanda de educación superior y a la incapacidad de los sectores público y privado de satisfacerla, los gobiernos, primero a regañadientes y después de buena gana, admiten las posibilidades de acceso de las sucursales de universidades extranjeras y el potencial de desarrollo humano de sus programas. En muchos países apenas se ha empezado a estudiar y definir las políticas que establecerán el funcionamiento y la regulación de es- tas instituciones transfronterizas. En lugares como China, Corea y el Sureste asiático, por ejemplo, los gobiernos luchan por mantener su sensación de control sobre la proliferación de campus en el extranjero, al tiempo que admiten la necesidad de obtener un mayor acceso desde los mismos bajo acuerdos institucionales adecuados.
En nuestra opinión, la educación a distancia, tanto transfronteriza como nacional, está claramente en sus primeras, aunque dramáticas, fases de desarrollo. Las universidades abiertas son el eje de este fenómeno. Cada una de las principales universidades abiertas de Bangkok, Shanghái, Delhi, Londres, Arizona y otras ciudades ofrece servicio literalmente a cientos de miles de estudiantes. Gracias a la tecnología educativa y los mecanismos de control de calidad contemporáneos se ha podido extender el acceso a la educación superior a un gran número de estudiantes, algo que hubiera sido imposible con los antiguos sistemas de educación a distancia. Y, si bien el desarrollo inicial de los cursos y la configuración de la infraestructura necesaria para su impartición comportan que este modelo sea más caro al principio, las sucesivas iteraciones reducen claramente los costes unitarios. En el nivel social de conjunto, mientras las cifras de quienes se benefician de la educación a distancia continúan creciendo y los costes efectivos por estudiante disminuyen, la capacidad resultante se dirigirá a los problemas de acceso derivados de la masificación de la educación superior global. La prueba definitiva será la cuestión de la calidad. Los partidarios y defensores de la educación a distancia están trabajando con de- terminación para mantener y demostrar su calidad; las medidas incluyen un discreto pero considerable incremento de las inversiones de las empresas en sus propias versiones de educación superior para responder a las constantes demandas de personal. El peor resultado posible sería que estas iniciativas de educación superior a gran escala terminaran siendo empresas de segundo o tercer nivel especializadas en la provisión de educación de bajo coste unitario para quienes no pueden obtenerla en ningún otro lugar del mercado.
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